Criar un infante hasta la edad adulta requiere pensar a dónde queremos llegar, qué esperamos que nuestros hijos hagan tanto de manera inmediata (al despertar, antes de ir al colegio, a la hora de comer, antes de ir a la cama, etc.), como varios años después (adolescencia, juventud, adultez) ante determinadas circunstancias.
De ahí que es importante preguntarnos qué aspectos y características esperamos de ellos, cómo desearíamos que llegaran a ser, y qué tipo de relación anhelamos establecer en sus diferentes etapas de vida. En base a dicha información, orientar nuestras enseñanzas e intervenciones a lo largo de su desarrollo, y de este modo poder dar seguimiento al respecto; valorar si nos estamos acercando, qué estrategias nos están funcionando y cómo ir adaptándolas de acuerdo a su crecimiento y peculiaridades de personalidad.
Cabe mencionar la relevancia de supervisar que nuestra reacción ante las metas que tenemos de manera próxima, no entorpezcan a las de mayor plazo, como lo sería reaccionar con violencia ante la frustración por la demora de un menor al alistarse para un compromiso, pues el ejemplo que le daríamos en este caso sería incompatible con la forma en que deseamos que aprenda a manejar los problemas, la frustración y el enojo, repercutiendo incluso en su vida adulta, pese a que con ello se consiguiera que en dicha situación hiciera las cosas más aprisa.
En ese sentido se recomienda manejar los conflictos sin ofensas ni agresiones, comunicarnos respetuosamente, considerar sus sentimientos, y echar mano de técnicas de relajación para combatir el estrés que esto puede generarnos.
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