1. Persistir en la búsqueda de ayuda; cuánto antes se detecte el trastorno será más pronta la atención que el menor reciba, lo cual podría favorecer su
evolución y pronóstico con el tiempo.
2. Verificar que se utilicen instrumentos de detección con un destacado porcentaje de eficacia, además de que sea atendido por especialistas
(como lo sería el neuropediatra) para una valoración más detallada.
3. Contactar con asociaciones para padres, equipos especializados y profesionales que posean experiencia en el tema, para obtener de ellos apoyo y asesoría adecuada. Es importante tomar precauciones con la información que aparece en internet, pues se requiere validar su veracidad
para no malinformarnos.
4. Comprender que si bien, no existe hoy en día cura alguna, se observa un gran avance en los infantes que reciben la estimulación y tratamientos
pertinentes.
5. Educar con paciencia y consciencia de que tiene una forma de funcionar mentalmente distinta, esto implicará cambios en nuestra forma crianza de
acuerdo a su necesidad de atención, organización y estructura constante.
6. Dividir adecuadamente las tareas del hogar en la familia para evitar una sobrecarga que mine la resistencia emocional, pues para ayudar al infante es necesario que ambos padres tengan estabilidad emocional, lo cual implica dedicarse momentos adecuados de descanso, ocio y diversión.
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